FRANÇOIS FOURNIER-SARLOVÈZE: EL DUELISTA

“The Duellist” de Ridley Scott (1977)
A
principios de 1908 The Pall Mall Magazine
comienza la publicación seriada de “The Duel: A Military
Story”
(“El duelo: un
historia militar”), de Joseph Conrad (cuyo verdadero nombre era
Jósef Teodor Konrad Korzeniowski), considerado como uno de los
escritores ingleses más importantes. En “El duelo”, Conrad
cuenta la historia de los tenientes D’Hubert y Feraud, ambos
pertenecientes a la Grande Armée
napoleónica. Feraud es un hombre impulsivo, poco dado a considerar
las consecuencias de sus acciones, y amante de los duelos, en los que
se enfrasca aprovechando la más mínima oportunidad. D’Hubert es
todo lo contrario, pero se ve arrastrado por el temperamento de
Feraud a una lucha constante por su vida, hasta el punto que termina
resignándose a la obsesión del aquél. Ambos personajes se cruzan
por primera vez en Estrasburgo, cuando D’Hubert recibe el encargo de
comunicar a Feraud que, por orden del General, queda bajo arresto por
herir durante un duelo a un civil, miembro de una de las familias más
influyentes de la ciudad. Cuando Feraud recibe la noticia se
enfurece, no entiende que lo arresten por defender el honor del 7º
Regimiento de Húsares y, exagerando la cosa hasta límites
insospechados, termina retando en duelo a D’Hubert, que se siente
perdido en esta absurda situación (Feraud tiene que conformarse con
él porque sólo se permitía retar a aquellos con el mismo rango, no
podía, por tanto, enfrentarse al general que había ordenado su
arresto), pero no le queda más remedio que aceptar, resultando el
presunto ofendido herido. A partir de este momento los duelos se
repetirán a lo largo de los años, sin que nadie sepa el motivo que
los originó, pero rindiéndose a las más fantasiosas
especulaciones, ya que ninguno de los contendientes cede a las
presiones para contar su historia. Llega un momento en que Feraud no
entiende bien qué le ha llevado a empezar esta locura y, en vez de
terminarla, busca excusas para alimentar su desprecio por D’Hubert.
Cada vez que se encuentran en una nueva ciudad se enfrentan y esto
será así hasta que uno muera o la razón se abra camino.
Joseph Conrad
La
novela es muy recomendable y grata de leer, sobre todo en una de esas
lluviosas tardes otoñales (es que la veo como una novela de otoño,
no sé por qué). Pero si son de esos que dicen “me esperaré a
que hagan la película”…están de suerte, ya que Ridley Scott la
llevó al cine en 1977, The Duellist, y es una muy buena adaptación, visualmente
magnífica (¿se nota que me gustó?). La protagonizan Harvey Keitel
(Feraud) y Keith Carradine (D’Hubert), ambos actores impuestos por la
productora Paramount, por lo que Scott tuvo que ceder. Sin embargo, y
aunque no suele ser así, fue una excelente elección, a pesar de que
los actores que Scott había elegido también los encuentro muy
adecuados para sus correspondientes papeles: Oliver Reed (creo que
hubiera sido un gran Feraud) y Michael York (D’Hubert). Una mención
especial merecen los duelos. No esperen a un Errol Flynn demostrando
su gracia y habilidad con la esgrima. Aquí no hay elegancia, sino un
continuo intento de ser el primero en clavar la espada. Nada más.
Según
François Malye (“Napoleón y la locura española”), para su
novela, Conrad se basó en un duelo real recogido en “Physiologie
du duel”
de Alfred d’Almbert,
publicado en 1853, aunque cambia tanto los rangos como los nombres de
sus protagonistas. A pesar de que en su libro, d’Almbert da sólo el
nombre de uno de los duelistas, el capitán de los húsares Dupont,
nombrando al otro como capitán F**** (tal cual), se ha llegado a la
conclusión de que se refiere a un crápula llamado FrançoisFournier-Sarlovéze. Lo curioso del estudio de d’Almbert es que se
cuenta la historia de este duelo de una forma novelada, con diálogos
incluidos, algo que me hizo pensar que podía no ser más que una
exageración de algo que realmente ocurrió. Pero parece que los
expertos le han dado más credibilidad que yo, así que aceptaré su
verosimilitud, cosas más raras se han visto.
Retrato de Fournier, de Antoine.Jean
Gros, Musée de Louvre
Por
extraño que parezca, el Feraud de Joseph Conrad parece menos
ficticio que Fournier, apodado “El Demonio” por los españoles y
“El peor sujeto del ejército” por sus compatriotas. Dado que su
biografía es fácil de encontrar en la red de redes, sólo daré un
par de datos para hacernos una idea de la personalidad de semejante
“joyita”:
  • Fournier
    nació en Sarlat (Dordoña) en 1773. Hijo de un tabernero, pronto
    demostró su gran inteligencia, hasta el punto de lograr impresionar
    al obispo, monseñor d’Albaret, que lo llevó a estudiar a Gourdon.
    Con tan solo 15 años empezó trabajar en el despacho del
    procurador de Sarlat como pasante, pero pronto empezó a ocuparse él
    mismo de los casos, aplicando, claro está, sus propias tarifas.
    Founier adoraba el dinero y no siempre lo obtenía de forma lícita.
    Se dice que, ya en el ejército, fue a visitar al general Poisont,
    que debido a una enfermedad estaba en cama, hecho aprovechado por
    Fournier para robarle uno de los dos montones de monedas que tenía
    sobre la chimenea. Por desgracia para Founier, Poisont se recuperó
    y no estaba dispuesto a dejar pasar la afrenta. Se encontraron en
    Zamora, aunque gracias al resto de oficiales la cosa no terminó en
    una desgracia.
  • Tras
    ser despedido del despacho del procurador y expulsado de la Guardia
    Nacional, su familia le envía a París, donde, con 18 añitos, se
    enamora de la Revolución. Después de una serie de aventuras y
    desventuras, que terminaron por llevarle a una prisión de Lyon,
    logra convertirse en un húsar de Napoleón. Durante su vida militar
    es conocido por ser un gran espadachín, por colocarse al frente de
    sus hombres en las cargas, por ser el favorito de las damas; pero
    también por su avaricia, agresividad, por ser un provocador, un
    pendenciero…lo cual le llevó a ser destituido de su rango varias
    veces (al final siempre lo recuperaba) y a pasar más de una vez por
    prisión. El general Thiébault decía de él: “Imperioso,
    violento, malvado, cruel (…) era uno de esos hombres en que la
    naturaleza había reunido la mayor cantidad de cualidades funestas”.
  • Según
    el general August Petiet: “(a Founier) se le reprochaba, con razón
    o sin ella, no ser tan valiente en el campo de batalla como en
    combate singular. Sus aventuras galantes y la triste ventaja de
    matar a sus adversarios pudieron provocar la injusticia de sus
    camaradas. Porque también le reprochaban su poca delicadeza en
    asuntos de dinero y una avaricia sórdida”
  • La
    gran valentía mostrada por Fournier en el sitio de Lugo, en que
    resistió a un enemigo muy superior hasta la llegada del mariscal Soult con refuerzos, es reconocida tanto por éste como por el
    mariscal Ney, que no dudan en mostrar su admiración por él. Pero
    pronto conseguirá que dicha admiración sea sustituida por odio y
    el mariscal Soult terminará dando parte de él al Ministro de la Guerra, sin olvidar mencionar su afán por la rapiña.
  • Luis XVIII recupera el trono en 1814 y Founier reniega de Napoleón (al
    que nunca mostró mucho respeto), solicitando al rey ser
    “reintegrado en el cargo que le arrancaron los esbirros de
    Bonaparte”. Al final consigue ser nombrado Inspector de
    Caballería, así como el poder añadir “Sarlovéze” a su
    apellido. Asimismo, es restituido por la pérdida de unos caballos y
    efectos personales ¡dos veces!, pues ya había sido indemnizado por
    lo mismo en 1813.
Founier-Sarlovèze
Estas
son sólo unas pinceladas del carácter de Founier, pero aquí hemos
venido a hablar del duelo que le llevó a enfrentarse a Dupont en
varias ocasiones durante 19 años (según F. Malye, este Dupont no
puede ser el general Pierre Antoine Dupont, como aseguran algunos
estudiosos de la obra de Conrad, debido a la diferencia de edad y
rango). Todo comienza en 1794, en Estrasburgo, donde el general
Moreau había establecido su cuartel general. La vida era pacífica y
la población no le daba problemas…hasta que llegó Founier. Los
lugareños estaban un poco hartos de este capitán, violento y
provocador, pero la gota que colmó el vaso fue la muerte en duelo de
un joven llamado Blumm, el sostén económico de toda una familia. La
armonía que hasta ese momento había conocido el general Moreau se
desmoronaba y, para colmo de males, el mismo día en que enterraban
al joven, se celebraba una recepción, prevista desde hacía tiempo
para esa fecha, a la que Fournier estaba invitado. Para evitar más
problemas, el general ordena al capitán Dupont que impida la entrada
en la fiesta a Founier, órdenes que cumple con satisfacción, puesto
que desprecia los malos modos de éste. El capitán Fournier no
entiende por qué se le trata de esa forma, ya que el duelo se había
celebrado correctamente, pero termina por aceptar el mandato del
general y se va, no sin antes personalizar esta supuesta afrenta en
la figura de Dupont y retarle a duelo. Dupont acepta, siempre que sea
con espadas, pues conoce bien la habilidad de su adversario con las
pistolas. Fournier resulta herido, pero no satisfecho (en un duelo lo
que se pretendía era la satisfacción por la ofensa recibida, por
tanto no terminaba hasta lograr ese propósito) y solicita un nuevo
enfrentamiento. Así pues, éste fue el primero de muchos duelos que
tuvieron lugar desde 1794 a 1813.

“The Duel” J. Conrad, ilustraciones
de William Russell Flint
En
el siguiente encuentro le tocó a Dupont sangrar…¡y pidió un
tercer duelo!. Si es que a cabezotas no les ganaba nadie. Como si se
hubieran puesto de acuerdo, en el tercer enfrentamiento salieron
malparados los dos, pero ¿acaso creen que esta tontería les detuvo?
Ni hablar. Como diría aquél : “heridas más graves he sufrido”.
La cosa estaba clara: tenían que continuar intentando matarse,
siempre que no lo hicieran antes en batalla, pero con orden, como
auténticos caballeros. Así que se levantó un acta (mencionada por
Conrad en su novela, pero no en la película de Ridley Scott)
recogiendo una serie de puntos que debían cumplir ambas partes:
  1. Cada
    vez que Dupont y Fournier se encontraran a una distancia menor a 30
    leguas, cada uno debía recorrer la mitad de la distancia, hasta
    encontrarse espada en mano.
  2. Si
    uno de los dos se veía impedido de acudir por razón del servicio
    (hay que recordar que estaban en mitad de una guerra), “el que
    esté libre deberá recorrer toda la distancia a fin de conciliar
    los deberes del servicio y las exigencias del presente tratado”
  3. No
    se admitiría ninguna excusa, salvo las derivadas de las
    obligaciones militares, para evitar el enfrentamiento.
D’Almbert,
el autor de “Physiologie du duel”, aseguró que el coronel
Berger, testigo del tercer duelo, guardaba una copia de dicha acta.
Por cierto, lo que no se recoge es en qué momento se considera el
honor restituido. Es decir, como ya se ha dicho, el duelo terminaba
cuando el retador se consideraba satisfecho, pero podía considerarse
que esto ocurría cuando:
  • Una
    de las partes resultara herida, aunque fuera de forma leve. Es lo
    que se denominaba “a primera sangre”.
  • Una
    de las partes fuera herida de gravedad o se viera incapacitada para
    continuar.
  • Una
    de las partes muriera o recibiera una herida mortal (supongo que
    éste era el objetivo de los duelistas que nos interesan).
En
la novela sólo hay un momento en que, a pesar de coincidir en el
mismo lugar, Feraud y D’Hubert prefirieron actuar como militares y
enfrentarse al enemigo común en el frente ruso. Sin embargo, en la
vida real parece que Fornier y Dupont se hicieron amigos, debe ser
que eso de querer ver al otro incrustado en la espada propia une
mucho. Por lo que se ve, les unía una gran relación epistolar, en
la que se felicitaban sus mutuos ascensos (¿recuerdan que no podían
enfrentarse si no tenían el mismo rango?). Pero todo lo bueno tiene
un final y el de esta pareja llega en 1813, antes del matrimonio de
Dupont. Éste, cansado ya, cita por última vez a su adversario y,
por sorpresa, cambia las reglas del acuerdo firmado por los dos: el
próximo duelo sería a pistola. Founier enseguida le advierte que
ese enfrentamiento no sería justo, pues él era mucho más hábil
con la pistola que Dupont, pero éste tiene un plan para equilibrar
la situación: en encuentro tendría lugar en un pequeño bosque que,
al ser propiedad privada, estaba acotado y tenía dos entradas, una
al norte y otra al sur. Cada uno entraría por una entrada y el
objetivo sería buscar al otro para dispararle primero, en una
especie de juego del escondite mortal. Sin embargo, ambos se vieron a
la vez y, también a la vez, se escondieron tras unos árboles. 
Ilustración de W. Russell Flint
El
primero en dispara fue Founier, pero lo único que consiguió fue
darle al árbol tras el que se refugiaba su enemigo. Dupont sabía
que sólo le quedaba una bala (llevaban dos pistolas cada uno, con
una sola bala por arma), así que, no sin riesgo, fue lo
suficientemente audaz para engañar a Founier y hacer que disparara
de nuevo. Éste, prepotente como era, creyó…mejor dicho, estaba
seguro de haberle dado, pero cuando se dirigió hasta donde pensaba
que yacía Dupont, lo que se encontró fue a un hombre vivito, armado
y apuntándole. Éste, cansado ya de tanto juego absurdo, le perdonó
la vida, con la condición de que aquello terminara de una vez y si
provocaba un nuevo duelo (se nota que conocía a Founier), él
contaría con dos balas de ventaja. A Founier no le quedó más
remedio que aceptar, por fin uno de los dos quedaba satisfecho.

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